Hacía mucho que no me encontraba con una serie tan extraña, tan olvidada y que produjera sentimientos encontrados. Como una producción de la que casi nadie se acuerda por completo, su estilo es una muestra de cómo no deben escribirse ciertas historias y aún más: cómo no deben ser adaptados ciertos mangas a la pantalla chica. En este sentido, el presupuesto podría ir hacia mejores obras que aún no han tenido la oportunidad de salir al aire. Pero antes de seguir destripando la calidad de esta historia, lo ideal es entender por qué no funciona del todo.
Otogi Zoshi juega de una manera un tanto
extraña con dos arcos: uno ubicado en el Japón feudal y otro en nuestro
presente (en este caso, a principios de los años 2000). La historia inicia
transportándonos al periodo Heian, una era envuelta en misterio, leyendas y
conflictos armados. Al inicio conocemos a Hikaru, una joven enviada por el
Emperador para encontrar el legendario Kotokura, un objeto con el poder de
restaurar la vitalidad de la capital nipona, misma que sufre en su conjunto de
condiciones de pobreza y hambruna. A lo largo de su viaje, la protagonista se
encuentra con una variedad de personajes, tanto humanos como sobrenaturales, y se ve envuelta en intrigas políticas y batallas épicas.
Pero Hikaru no estará sola. En su camino la
acompañarán Tsuna, un leal y poderoso guerrero samurái de gran fuerza y
habilidad marcial. Raiko, el hermano mayor de la protagonista, se encuentra muy
enfermo y trata de sobrevivir hasta que su hermana regrese. Junto con otros
amigos que conocerá en su aventura, la
protagonista deberá enfrentarse a bandidos, señores feudales y otros personajes
con sus propios intereses.
El primer arco justo juega con el género de
aventuras. Hikaru y sus amigos deberán recopilar diferentes fragmentos mágicos
para así armar el Kotokura, salvar a su país y restablecer el orden. El pesimismo en la historia y
las pocas concesiones al espectador ofrecen una historia inmersa en elementos
históricos y mitológicos, sobresaliendo la importancia en la historia del yin y yang. Los giros
de tuerca de la trama también buscan enganchar al espectador.
El segundo arco resulta mucho más
convencional. Todos los amigos han reencarnado y se han reencontrado en el
Japón contemporáneo donde cada uno vive una vida sencilla y cotidiana. No
obstante, extraños fenómenos sobrenaturales comenzarán a azotar la ciudad de Tokio
y Hikaru, de nueva cuenta, deberá hacer frente al caos para así restaurar el
orden y salvar a sus amigos.
La animación no ha resistido el paso del tiempo
y se muestra limitada y desgastada. Production I. G. se muestra poco inspirado
al mostrar que en el momento del estreno de la serie (2005) de seguro los
animadores más experimentados se encontraban trabajando en proyectos más
grandes y atractivos. Sin embargo, las escenas de batalla son correctas,
mientras que la banda sonora, especialmente en su segundo arco, fluye mucho
mejor pese a que la historia es mucho más atractiva en su primer arco. Todo esto
lleva en general a una serie que si bien hace muchos guiños a la historia de
Japón, su trama se presenta poco inspirada y sin momentos cautivantes que
permanezcan tiempo después en la mente del espectador.
En definitiva, una historia argumentalmente compleja
pero cuya ejecución y ritmo no están a la altura. Aún así, su ambientación
histórica y mitológica la llevan a convertirse en una serie que busca ir más
allá de las fórmulas convencionales. Pese a sus numerosos problemas, se trata de una
historia de interés para los amantes del seinen y del anime retro con una
historia fantástica y de tono épico que busca despegar frente a los ojos del
espectador.