He decidido ponerme al día y chutarme algunas series de
reciente manufactura. Si bien seguiré disfrutando de algunos buenos y antiguos clásicos, creo que ya no puedo darme el lujo de seguirme perdiendo lo
último que va saliendo en la prolífica industria de la animación japonesa. Con
esto en mente, la primera serie breve que he disfrutado enormemente ha sido
Tokyo Ghoul.
La historia nos
retrata un panorama por demás interesante. En un Japón actual han ocurrido
diversos y misteriosos asesinatos causados por unas criaturas conocidas como Ghouls. Kaneki, un chico de
18 años, tendrá la desagradable fortuna de encontrarse con uno de estos seres.
En una cita a
ciegas, Kaneki conoce a Ruze, una chica tímida y muy guapa. Luego de que los
chicos descubren que tienen intereses en común, todo indicará que se aproxima
una bonita historia de amor. No obstante, en un camino oscuro y solitario rumbo
a la casa de la chica, Kaneki descubrirá con horror que ella en realidad es un ghoul
que lo ha elegido como su cena.
Pero
misteriosamente, una vigas de una construcción se rompen y caen encima de Rize. Kaneki, al borde de
la muerte, llega al hospital y, para salvar su vida, los doctores deciden transplantarle
los órganos del ghoul fallecido. Luego de la recuperación, el chico descubrirá
con horror que no puede degustar ninguna comida, y que sólo la carne humana
parece ser el alimento que lo dejará satisfecho.
Kaneki irá
descubriendo que es un híbrido humano – ghoul, y que existe una sociedad de
ghouls con diferentes ideas en la que tratará de embonar de alguna forma.
La serie en sí
es la enésima versión de aquella historia shonen en la que un chico nuevo
adquiere alguna habilidad y poco a poco va descubriendo un nuevo mundo. Aunque
a primera vista parece ser un completo inútil, a la larga el espectador
descubrirá que el personaje tiene un carácter un tanto mesiánico, es decir, ha
llegado para cambiar las cosas de una forma u otra.
Un aspecto muy
de la narrativa del siglo XX es la humanización del enemigo, y esta serie bien
que aprovecha este aspecto. A primera vista parece que los ghouls son una
especie de criaturas sanguinarias sin alma a las que hay que ir eliminando
progresivamente. Sin embargo, descubrimos con agrado que estas criaturas también
tienen un lado muy humano, que sufren, aman y lloran y que poseen sus propios sueños.
Inclusive
sobresalen las escenas en las que se nos dice que los ghouls en realidad son
así porque así es su naturaleza: ellos realmente no tienen otra opción más que
alimentarse de los humanos. Y esto precisamente nos muestra una cara
interesante de alguien que parece ser el enemigo, pero que en realidad está
lejos de serlo. Siendo francos, la animación japonesa está más que
desintoxicada del maniqueísmo occidental, y nos propone diversas tramas en las
que no hay buenos ni malos, sino simplemente grupos cuyos intereses entran en
conflicto.
En definitiva,
una serie gore adictiva que mantiene a uno al borde del sillón. Ya esperaré que
termine la segunda temporada para descubrir qué camino tomará la historia.
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